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![]() Larry Nieves En defensa de la propiedad privada |
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Los liberales somos vistos frecuentemente como amigos de los grandes intereses económicos, por el hecho que defendemos
el derecho fundamental a la propiedad privada. En un país como Venezuela, donde muchos tienen muy poco, este énfasis en defender
los derechos de propiedad es interpretado como un apoyo irrestricto a los poderosos y una falta de sensibilidad por los problemas
de las clases oprimidas.
Nada más alejado de la realidad. Los que ven nuestra posición de esa forma se equivocan garrafalmente o maliciosamente
intentan confundir al pobre, a quien supuestamente quieren ayudar.
El énfasis que los liberales colocamos en la defensa de los derechos de propiedad tiene, a mi modo de ver, al menos tres
razones fundamentales. Una de ellas es ética y las otras dos meramente prácticas.
La razón ética se basa en el hecho natural que cada persona es dueña de sí misma. Nada más natural que
eso, ¿no? Este prinicipio de la propiedad de cada quien sobre sí mismo es demostrable lógicamente: Si yo aceptara que no soy
dueño de mí mismo sólo hay dos posible alternativas lógicas: (1) que otra persona o grupo de personas es dueña mía, o (2)
que cada persona tiene derecho sobre una fracción de mí, así como yo tengo un derecho infinitesimal sobre cada una de las
otras personas. En el caso (1) estaría admitiendo que soy un ser sub-humano, pues existe una clase o casta con poder absoluto
sobre mí. Obviamente, una ética como esta es inaceptable ya que no es Universal, es decir, no es aplicable a todas las personas
por igual. Mientras que la implementación de una ética basada en el principio (2) conllevaría a la extinción instantánea de
la humanidad, ya que nadie tendría derecho de actuar, sin antes obtener permiso del resto de sus semejantes, quienes no podrían
otorgar tal permiso sin obtener previamente permiso del resto, y así sucesivamente. Claramente entonces, la única alternativa
es que cada persona es dueña de sí misma y del fruto de su trabajo. Esta es la base fundamental o la razón por la cual los
liberales nos empeñamos fehacientemente en defender el derecho a la propiedad privada.
La segunda razón que nos lleva a defender la institución de la propiedad privada es esencialmente pragmática. Sin el respeto
al derecho de propiedad, todos los demás derechos que las democracias contemporáneas supuestamente garantizan desaparecen
automáticamente. Esto es así puesto que para ejercer tales derechos siempre es necesario utilizar algún recurso escaso y quien
sea propietario efectivo de dicho recurso puede decidir unilateralmente quien podrá acceder a él y, por lo tanto, controlar
indirectamente quien puede ejercer determinado derecho. Pongamos por ejemplo la libertad de expresión. Quien desea manifestar
sus ideas necesita algún tipo de tribuna pública, ya sea esta un periódico, una estación de radio o televisión, o en última
instancia algún medio de impresión. Pero en una sociedad donde la propiedad de dichos medios de comunicación es parcela exclusiva
de un grupo (por ejemplo, el Estado), dicho grupo puede decidir quien se expresa y en cuales términos. El que tenga opiniones
contrarias o disidentes puede ser privado de su libertad de expresión a través del control de los recursos necesarios para
ejercer su derecho. O pongamos el ejemplo de la libertad de escojer la profesión que más nos guste. En una sociedad donde
el único empresario es el Gobierno, este debe decidir quien se va a dedicar a qué y cuanto va a ganar. Si la persona está
insatisfecha con su trabajo actual, ¿a quién más va a acudir, si el único que le puede dar empleo es el Estado?
De manera que los "derechos humanos" que los socialistas se jactan de defender pierden su significado cuando la propiedad
privada que tanto aborrecen deja de existir.
La tercer razón, que también podemos considerar pragmática, es que sencillamente las sociedades que más respetan la propiedad
privada son las que han logrado un mayor grado progreso material a lo largo de la historia. Sólo basta darle un vistazo a
las ruinas que dejaron los experimentos socialistas del siglo XX. ¿Por qué las sociedades basadas en la libertad y el respeto
a la propiedad privada son las más prósperas? ¿No y que el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre?
Hay dos problemas esenciales a la desaparación o inexistencia de la propiedad privada. En una sociedad donde los medios
de producción son propiedad de un sólo ente, el Estado, surgen dos problemas prácticos que hacen imposible que dicha sociedad
prospere. El primero es el problema de los incentivos. En la sociedad capitalista, cada quien es dueño de sí mismo y de su
trabjajo, el fruto del cual puede ser intercambiado libremente por el fruto del trabajo de otros, es decir, en la sociedad
capitalista cada quien es libre de dedicarse a lo que mejor sabe hacer y comerciar con sus semejantes por el resto de las
cosas que le hacen falta. En este proceso de intercambio voluntario, ambas partes se benefician, puesto que cada uno recibe
un bien o producto que es más valioso que el que entrega. (Piénselo bien, cuando usted compra un kilo de carne por 10.000
Bs, ¿qué es más valioso para usted en ese momento, el kilo de carne o los 10.000 Bs que le entrega al carnicero? Y para el
carnicero es al contrario, los 10.000 Bs son más valiosos que el kilo de carne. Piénselo bien otra vez, si los 10.000 Bs fuesen
más valiosos que el kilo de carne para usted, el intercambio no se produciría). De manera que en la sociedad capitalista cada
quien recibe en proporción a lo que es capaz de contribuir al bienestar de sus semejantes, cada vez que trabajo e intercambio
con alguien, la ganancia total es mía, puesto que es derivada de mi trabajo, que es derivado de mi persona, la cual poseo
por derecho natural.
Por el contrario, en la comunidad socialista, donde el Estado es el dueño de toda la riqueza y la reparte a cada quien
"según su necesidad", la persona que se esfuerza y produce riqueza no recibe el producto entero de su trabajo (ya que este
debe ser redistribuído entre sus camaradas que han producido menos que él). La igualdad económica a la que aspiran los socialistas
obliga a que aquellos que más producen sean los más penalizados, puesto que mayor parte de dicho producto debe ser confiscado
por el Estado para entregar "solidariamente" a sus compatriotas. De manera que los incentivos económicos están al revés en
la comunidad socialista: el que más produce es penalizado más. Por ello, la tendencia de tal utopía será a trabajar lo mínimo
posible para cumplir con la cuota establecida por la autoridad económica de la dictadura socialista. Esa es una de las causas
por las que las sociedades donde se respeta la propiedad privada han sido más prósperas a lo largo de la historia, que aquellas
donde la propiedad privada es escasa o inexistente. En pocas palabras, ¿quién recoge la basura en la utopía socialista?
Luego existe el problema del cálculo económico. En el mercado capitalista, los precios de los productos surgen de la interacción
de millones de personas, intercambiando voluntariamente entre sí. Estos precios reflejan la necesidades más urgentes de la
población, de manera que los productos o servicios más demandados en un momento dado, tenderán a subir de precio, mientras
que los productos o servicios menos demandados tenderán a bajar de precio. Este mecanismo permite al empresario conocer que
es lo que la gente necesita más y que es lo que necesita menos, de tal manera que puede ajustar su plan de producción a dichas
necesidades, invirtiendo más donde se necesita más y descontinuando líneas de producción, que ante los ojos de los consumidores
son menos urgentes. Esto es cierto para los bienes de consumo masivo, pero también lo es -y de manera decisiva y trágica para
los socialistas- para los bienes de capital, entendidos como todos aquellos que son usados en la producción de bienes de consumo.
Ahora bien, si el Estado es el único dueño de los medios de producción (y ese es el objetivo final de los socialistas) es
imposible que surjan precios por dichos bienes de capital, puesto que no existe ningún mercado para ellos, ha desaparecido
el intercambio voluntario que hacía posible que emergiera un precio y con él el elemento esencial de coordinación de la actividad
productiva.
¿Hacia qué industria debemos dedicar más recursos? Esa pregunta es respondida por el empresario capitalista mirando dónde
hay más oportunidades de obtener una ganancia. La ganancia le indica que la inversión es exitosa en satisfacer una cierta
necesidad de los consumidores. Donde hay más posibilidad de ganancia, debido a mejores precios, habrá más inversión de capital,
haciendo posible una producción ampliada que satisfaga cada vez a más consumidores. Esa misma pregunta no puede ser contestada
racionalmente por el minisitro de planificación de la utopía socialista. ¿Hacia donde dirigo los recursos, si no sé quién
está dispuesto a pagar más? Y no sé quién está dispuesto a pagar más, porque yo controlo todos los recursos. Es como jugar
ajedrez con uno mismo. Esta es la verdadera y definitiva cruz del socialismo, sin propiedad privada el cálculo económico,
y con él la coordinación de la producción, es imposible. El resultado: caos económico. Como lo dijo von Mises en 1.920:
La existencia de la propiedad privada se interpone decididamente entre los socialistas y sus planes de una sociedad utópica,
planes tan grandilocuentes como impracticables. Una defensa del concepto y las ventajas de la propiedad privada basada en
principios incontrovertibles es necesaria ahora más que nunca, cuando las fuerzas del socialismo avanzan en nuetros países
latinoamericanos. La única oposición posible a los neocomunistas debe venir de personas que comprendan la importancia fundamental
de la propiedad privada, los estatistas de derecha e izquierda que dicen representarnos son incapaces de proporcionar tal
cosa.
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